viernes, 13 de enero de 2017

Silenci

Esto es un
recordatori.
Habla, retiene y recuerda la piedra blanca,
el cero y
silenci.
Es extremadamente fundamental en cualquier momento que sea
este moment.
Fuerza a sentir cosas, sensaciones, pieles y demencias que arrastran los dientes por lugares
impresionantes, asquerosos, radiados, ásperos e imposibles de terminar del
tod.

La piedra blanca.
El cero.
Silencio.

Este texto es un pisapapeles encima de un papel encima de un escritorio dentro de una oficina dentro de un edificio dentro de una manzana dentro de un barrio dentro de una ciudad dentro de un departamento dentro de un país dentro de un continente dentro de un planeta dentro de un sistema solar dentro de una galaxia dentro de un universo dentro de una guiñada que la arena me hizo en la play.

Este es el recordatorio
específico y exacto que ubica todo acto y todo proceder en
la piedra blanca,
el cero
y silenci.
Es el fondo abollado de una cacerola de aluminio
que se usa todos los días y uno por uno de todos los días de cada
dí.

La piedra blanca.
El cero.
Silencio.
La mente en
blanco. El mensaje que se rumia mil veces
pero que nunca se debe
manda.

Recibime, recitame y reciclame

La fe mueve montañas, pero esto es el océano, el viento y los animales hambrientos que se mueven dentro... La fe mueve montañas, pero esto es el océano, el viento y los animales hambrientos que se mueven dentro.

Me estoy transformando. Puedo sentir, en las paredes internas de la burbuja, el calor tibio que me llega apenas a las axilas y transforma mis dudas en posibilidades que se me pegan a las pupilas aturdiendo todo lo que podría llegar a ver. Y me estoy transformando. Me estoy transformando porque puedo ver los números del almanaque descender día tras día desapareciendo como si entraran en una caja que se los come. Porque puedo percibir un suave y perfumado olor a vulva mientras se me apaga la mente recostado en un asiento a las tres de la mañana en un ómnibus que me devuelve al hogar en condiciones similares a las que salí. Porque puedo oír las risas y los gritos de quienes van cuando yo estoy volviendo. Porque sé con certeza que ninguno llega primero. Porque comienzo a creer, mientras miro a las gentes, que las edades son un cuento, una noticia falsa, un proyecto de ley del gobierno.

Y mientras me voy transformando al ritmo del camino solar me doy cuenta, varias veces tarde, que la cabecera de mi cama está en el agua. Cuando ronco, inmerso en los horarios sedados de esta ciudad de nylon, hago gárgaras que retumban sordas alrededor de mis pelos. Y las burbujas revientan cuando llegan a la superficie de todo lo que no veo cuando despierto.

La fe mueve montañas, pero esto es el océano. Y me estoy transformando.

jueves, 21 de julio de 2016

El hombre que cerraba (color caramelo oscuro)

Creo que están muertas, en definitiva. Y me preocupan, sí. Me preocupa despertarme en un lugar que está colmado de mis olores corporales, un lugar blanco con espacio suficiente, y que esté el piso lleno de pulgas
muertas.
Me parecen todas iguales, están todas quietas con ese color caramelo oscuro, con ese tamaño increíble. Podrían estar desmayadas, podrían estar durmiendo. Podrían estar fingiendo. ¿Fingen
los animales?
Sí, hay varios casos documentados.
Las toco. No pasa nada. Es como tocar granos de arena. Y no les encuentro utilidad. Y me da pena porque son un montón y se debería poder hacer algo con ellas. Aprieto la mano entre ellas y el piso y se me quedan pegadas algunas a la mano. No parecen feas o agresivas así. No parecen dañinas. No parece que se alimentaran de sangre. No parece, de hecho, que alguna vez hayan tenido algo que ver con la vida. Capaz que se trata de una cuestión de
percepción.
Para el sordo de nacimiento, las radios no parece que hayan alguna vez tenido algo que ver con la
música. ¿Puede ser -y miro para la ventana allá arriba- que tengan un tipo de vida que yo no puedo percibir?
¿O es cierto que lo que no percibo no existe?

Suena la puerta de hierro blanca. Miro al piso, las pulgas muertas.

miércoles, 1 de junio de 2016

El hombre que cerraba (truncaba)

Marcos forma un cuenco con las manos, lo hunde en el cajón de plástico y levanta los mariscos hasta que tocan su cara. Se lava la cara con los mariscos frescos. Se frota el rostro con trozos de pulpo, calamar, pequeños camarones, mejillones, berberechos y quién sabe qué más. Respira hondo mientras lo hace, como si quisiera ahogarse en el perfume de su propio Mar Mediterráneo. Los alimentos, los seres muertos, la carne fresca, la sensación humana de poseer lo que hubo de estar viviente. Y cuando aleja los mariscos de su cara y la siente impregnada de las babas del mar, Marcos entiende que el placer infinito viene del poder de truncar. Detener. Interrumpir. Terminar de golpe y sin terminar, aquellos procesos de vida, de amor, de furia, de instinto, de naturaleza, de lo que sea que fuese. Truncó. Trunca. Y Marcos truncará. Marcos lo disfruta, lo vive como alimento y goza. Goza los restos, goza lo que quedó. Y solamente entonces pone media taza de aceite de oliva a calentar en la olla de barro.

domingo, 24 de abril de 2016

El techo

Me despierto, por supuesto. Tengo la sensación de que todo está húmedo o llueve o siento como si mi espalda fuera de manteca, recostado en la cama, bajo las sábanas. Ana yace a mi lado. Tiene los ojos abiertos y me mira. Es hermosa. No sonríe, no se mueve. Tiene los ojos grandes y me mira. Yo no quiero moverme, quiero quedarme así hasta que algo pase. Siento que canta un hornero por allá lejos, atrás mío y a la izquierda. Miro el techo.

Y recuerdo.

Recuerdo un sueño. Ana iba recorriendo toda la casa como flotando. Se desplazaba sin tocar el piso, sin rozarlo con los pies descalzos. Recorría la casa con la suavidad con que despierta, trabaja en sus artesanías o discute.  Yo estaba en la cocina, preparando algo, creo que el desayuno. Y Ana recorría la casa. Cuanto más me ensimismaba yo en hacer el desayuno, más la veía dar vueltas por el comedor, el dormitorio, el baño y el living. No sonríe, apenas viaja. Hasta que en un momento siento el perfume del café y entonces una mano me toca el hombro. Era Ana.

Pero no.

Ana no es. Es mi padre. Él sí sonríe. Me sorprende tan fuerte, tan de frente y tan grande, que me pongo a llorar ahí mismo, quebrado de amor. Lo abrazo, me abraza y siento su aroma eterno a caldo de puchero, a invierno y comida casera, siento el contacto de la harina apenas rozándome la mejilla y me despierto, por supuesto. Ana yace a mi lado. Dormida. Hecha un bollo y con uno de los pies fuera de las sábanas. Me enderezo y me siento en la cama, contra la cabecera. Y prendo un cigarro. Y miro para afuera. Son las seis de la tarde. Para esto faltamos a trabajar. Para quedarnos todo el día en la cama. No sé si hicimos bien. Pito varias veces, exhalo varias otras. Y cuando noto que el cigarro no tiene gusto a nada, me doy cuenta de que es un sueño. Y me despierto, por supuesto.

Es domingo.

lunes, 4 de abril de 2016

Afuera llueve

-¿Solés venir por acá?
-No me doy cuenta.
-Ah. ¿Y por qué estás aquí ahora?
-No sé. Hay probabilidades de que nunca me haya ido, en realidad.
-¿Probabilidades de que siempre estés?
-Sí.
-Ah, bueno.

Silencio. Ella seca un jarrón con un trapo.
Lo ubica sobre el mueble del comedor. Seco.

-¿Pero por qué nunca se te nota? -Lo mira a los ojos.

jueves, 17 de marzo de 2016

La vi

La vi. Cruzamos la calle juntos. Solamente que ella venía para acá y yo iba para el otro lado. Me miró. Puso cara de puta cachonda o de mujer que sabe que mi pene es chico, ahora no me doy cuenta de la diferencia. Yo puse la misma cara y la miré. Ambos sonreíamos. Teníamos auriculares puestos. Exactamente en el centro de la calle nos cruzamos. Mirándonos. Sin hablar. Mostrándonos los dientes en una sonrisa. Entonces subí el cordón de la vereda. Miré las baldosas. Apuré el paso.

Y huí.

Huí para siempre. Huí con un terror desesperado. Huí con la boca abierta. Huí con las venas de todo el cuerpo golpeándome en el centro del pecho hasta morir. Huí a una velocidad que solamente recuerdo en mis ratos de niño animal. Huí abrazado por el horror de haberla visto y de que me viese. Huí por la posibilidad de que me hubiese querido decir algo bueno, malo, nostálgico, sucio, culposo, estrafalario, falso, cariñoso, indiferente. Huí sin mirar atrás por si ella había decidido darse la vuelta y buscarme. Huí porque le temo más que a nada en el mundo. Huí porque me cagué. Huí porque no tengo herramientas afectivas o racionales o mágicas para hacer frente a absolutamente nada que tenga que ver con ella. Huí porque necesitaba huir. Huí porque no hubiera podido hablar con ella y decirle todo esto. Huí porque no vale ninguna pena decirle absolutamente nada de esto. Huí porque no necesito que ella sepa nada de esto. Huí porque pude.

Y huí
porque es mi derecho.

Silenci

Esto es un recordatori. Habla, retiene y recuerda la piedra blanca, el cero y silenci. Es extremadamente fundamental en cualquier momen...