miércoles, 20 de enero de 2016

El sobrino de los pájaros quemados

Habiendo tomado las desiciones más saludables para el viaje, me topé con el sobrino de los pájaros quemados. Un muchacho osco y algo taciturno, pero con un corazón imponente que me fue revelado a cada paso que dábamos para salir de Ciudad Cebolla. La oportunidad del encuentro y la necesidad compartida, fueron las causas de que emprendiéramos el camino juntos, y ninguno de los dos se opuso, así que trazamos un mismo itinerario y arrancamos a un tranco suave pero firme. Mientras las horas iban cayendo, nuestras conversaciones no pasaban de tres o cuatro sentencias sobre el clima, las pasturas o los aromas de la tardecita, pero estaba claro que hablábamos de cosas mucho mayores, como la vida, el amor o la circunstancia. Ahí tomé conciencia plena de lo que significaba para mi la compañía del sobrino de los pájaros quemados. Yo tenía mis planes, mis proyectos, tenía una vida entera recopilando, buscando y hasta sembrando herramientas para construirme una vida de protagonismo y presencia, una vida que me fuera un desafío rico, abundante y heterogéneo apenas saliera de Ciudad Cebolla. En ese futuro imaginado que yo intentaba desmenuzar a lo largo de todos mis presentes, cada encuentro con un otro era una posibilidad única de sumar algo que me era ajeno. Aquellos momentos, aquellas convergencias, eran mi biblioteca personal, pero una biblioteca llena de vida y que siempre me tocó hasta la última fibra, la única forma posible de cambio y nacimiento, tropiezo y firmeza, muerte y evolución. Yo le abrí estas puertas también al sobrino de los pájaros quemados. Pero él tuvo la silenciosa sabiduría de derribar las paredes, desmigajar los techos, fermentar los suelos y encender cada rincón de mi casa de ideas. Sus pequeños cuentos, su historia apenas enunciada, las pinceladas de si mismo que me transmitía su forma de escuchar y decir, me confirmaban constantemente la hechura de un viaje destructivo y constructivo a la vez, porque la parquedad al hablar y la mirada horizonte-suelo-horizonte del sobrino de los pájaros quemados, constrastaba de plano con la riqueza de su vocabulario y la justa elección de sus impresionantes observaciones. Es decir, por momentos le temía. Le temí. No porque tuviera poder sobre mi, ya que jamás se lo permití. Pero le temí a la invariabilidad de sus certezas. Le temí horrorosamente a que, cuando el viaje nos separara, sus certezas iban a seguir estando, sus observaciones se iban a desarrollar como en una agenda y sus palabras se iban a transformar en profecías. Temí que su forma de percibir el mundo fuera ni más ni menos que la historia y el destino de mi vida. Y que lo fuera tejiendo a medida que hablara conmigo o sin mi. Aunque no nos viéramos nunca más después de aquel viaje. Aunque se olvidara de mi y hablara de otras cosas y personas, acontecimientos, vidas, amores y circunstancias...

Entonces maté al sobrino de los pájaros quemados.

Silenci

Esto es un recordatori. Habla, retiene y recuerda la piedra blanca, el cero y silenci. Es extremadamente fundamental en cualquier momen...