lunes, 17 de agosto de 2015
Un bostezo
Entonces, cuando los niños se acercan a mi, me doy cuenta de que vienen a alimentarse de algo, a quitarme algo que muy probablemente no necesito, algo que transporté toda mi vida hasta aquí y ahora, pero que ya no necesito. Estiran sus manos pelirrojas con deditos inmaduros y yo algo llego a darles. Es como un sonido osco y grave, medio torpe e insulso, e incluso alguno de ellos se asusta y retrocede unos pasos. Son demasiado sensibles. Les doy un bostezo, es lo que más tengo a mano, es lo más sincero, es lo más natural y descontaminado que tengo para darles. Una expresión genuina de cansancio, hartazgo o aburrimiento. Les estoy mostrando una parte pequeña pero importante, de su futuro mundo adulto. ¿Y eso los asusta tanto? ¿Qué va a pasar cuando vengan los divorcios, el desempleo, los intentos fallidos de tener hijos, los intentos fallidos de no tener hijos, las enfermedades de sus padres, las adicciones, la cárcel, los impuestos, las traiciones, los olvidos, los días de sobra, la insensibilidad, la falta de preguntas? Si un bostezo ya los asusta...
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