lunes, 15 de febrero de 2016

Cabeza gacha

Abro la puerta. Un sonido maquinal me fija la vista casi en el techo y es el tableteo de un aire acondicionado viejo que aún así, mantiene la habitación bastante fresca, casi casi por fuera de lo confortable. El ruido no es estruendoso. El frío no es insoportable. Entonces entro. Aparte del aparato medio destartalado de aire acondicionado, no hay más nada en la habitación, apenas una silla, un escritorio viejo con una PC encima y el monitor, un ropero de esos de espejo en la puerta, una cama de una plaza con una colcha de cuadrados multicolores de lana, un par de pantuflas, un bolso de cierre abierto con tres remeras de manga corta, tres calzoncillos, dos pares de medias, desodorante, una bolsita con cepillo y pasta de dientes, otra bolsita con una parte del subsidio, una campera de jean, una vaquero, un par de championes, un par de ojotas, la canana con el revólver, una caja de balas, un libro sobre Machu Pichu, un libro sobre la configuración energética del cerro Uritorco, un puñado de pinceles viejos atados con una gomita, los pasajes, la imagen de un soldado vestido con su uniforme militar, el casco, un rifle Mauser colgado del hombro derecho y una hermosa sonrisa de triunfo, aceptación, un placer quieto, un aroma a fuego en bosque de pinos, el sonido del crepitar de la fogata, las intermitentes guiñadas de las luciérnagas, la luna saliendo naranja, el pasto reseco por falta de lluvias, el amor quebradizo, los toneles de roble apilados contra la pared del fondo de la bodega con la madera casi podrida, el vaso de leche lleno encima del último rincón del repasador sobre la mesa, la pollera arrastrada en liviano por el piso de baldosas, la ventana dejando entrar la luz pálida del verano lluvioso, las medias arrugadas húmedas dentro de los championes embarrados, el paquete de cigarros apelmazado, el yesquero, la morocha aburrida que recuesta la cabeza enrulada en un brazo que almohadea sobre la mesa del barcito en el centro, el olor a pelo quemado, a caña, a vermouth, a cal mojada, el reboque perfecto, blanco, purísimo, llano, virgen, imposible, y ahí empezaron a aparecer las señales.

En primer lugar se apagó el aire acondicionado. Solo. De la nada. De golpe. Silencio.

Silenci

Esto es un recordatori. Habla, retiene y recuerda la piedra blanca, el cero y silenci. Es extremadamente fundamental en cualquier momen...